El relato popular habla de un curioso episodio ocurrido en el año 1838, en el barrio de Tacubaya, entonces un poblado vecino de Ciudad de México.
Oficiales del ejército nacional arribaron al local de repostería de un francés de apellido Remontel. Algunas crónicas dicen que los militares saquearon el lugar. Otras cuentan que los uniformados consumieron pasteles y se fueron sin pagar.
Cualquiera que fuera su accionar, Remontel fue el que se quedó con las manos vacías y pérdidas por la muy considerable suma (para estándares de la época) de 800 pesos.
Pero aquel episodio local, del que los historiadores señalan no hay evidencias claras de que haya ocurrido como se cuenta de manera popular, terminó por bautizar años después un serio conflicto bélico entre México y Francia.
Las hostilidades dieron inicio el 16 de abril de 1838, cuando venció un ultimátum de Francia que demandaba el elevado pago de 600.000 pesos por parte del gobierno mexicano, así como un acuerdo comercial ventajoso.
“Se sabe bastante poco sobre el incidente de los pasteles. Hay historias que se contradicen unas a otras, como que fuera realmente un pastelero. Autores de la época se refieren a él como un fondista, es decir, que tiene una fonda (restaurante). No está claro”, le explica a BBC Mundo el historiador mexicano Raúl González Lezama.
“Se toma esta referencia para magnificar lo absurdo e injusto de la situación. De cómoFrancia toma un tema bastante banal para hacer un reclamo de grandes magnitudes. Primero por la cantidad demandada, pero también por las ventajas económicas que exigía”, añade.
Pero para entender la Primera Intervención Francesa a México, como se conoce formalmente a aquel conflicto, es necesario repasar qué pasaba en México y la geopolítica de entonces.
El México naciente
La independencia de México se dio en 1821, pero pasaron muchos años para que el nuevo país pudiera tener estabilidad y un gobierno duradero y plenamente reconocido por el mundo.
El país nació como una monarquía imperial que solo duró tres años. Luego vino la instauración de una república, pero una que estaba sumamente disputada por federalistas y centralistas.
A la par, los privilegiados del régimen novohispano, principalmente la iglesia y el ejército, se erigían como un poder autónomo. Eso hizo conflictivo el resolver asuntos de la vida nacional y la defensa del país ante las amenazas externas.
En 1833, la nación enfrentó una dura epidemia de cólera que diezmó mucho a la población. Y en 1836, México sufrió la pérdida del territorio de Texas, que se separó unilateralmente.
“México era un país muy débil internamente y en el exterior”, afirma González Lezama.
Y en la geopolítica, potencias del mundo como Inglaterra y Francia sostenían una lucha por controlar el continente que había estado gobernado casi exclusivamente por España durante siglos.
Francia, explica el historiador, aguardaba el momento idóneo para afianzar su posición en América, y México, por su situación interna y posición geográfica, parecía el lugar ideal para emprender las acciones.
“El país estaba realmente vulnerable”, apunta. “Los franceses no solo exigían la reparación al pastelero y a otros súbditos de la monarquía de Francia. También ventajas que le dieran una mejor posición, principalmente ante Inglaterra”.
Entre ellas estaba la demanda de acceso al comercio minorista, que no era permitido a extranjeros y que de darse hubiera puesto en una muy mala posición a los comerciantes mexicanos. Así que eso era inaceptable, apunta González Lezama.
El bloqueo de Veracruz
Por aquellos años, no era raro que en las revueltas por el poder en México hubiera comerciantes afectados, entre ellos extranjeros que tenían diversos negocios en la capital y en el interior del país.
En el caso de los franceses, informes diplomáticos galos decían que había unos 450 establecimientos con un valor estimado de 30 millones de francos.
El gobierno del monarca francés Luis Felipe I instruyó desde 1836 a su diplomático en México, el barón Antoine Deffaudis, que demandara el pago por los daños a los franceses producto de las batallas internas de México.
Ante la negativa del gobierno mexicano, que “no encuentra que haya la menor obligación” de resarcir por daños que sufrieron mexicanos o extranjeros por actos de facciones políticas, Francia envió en marzo de 1838 una flota de 26 naves lideradas por Deffaudis al puerto de Veracruz.
Este es el principal punto de comercio con Europa de México y es clave para su debilitada economía. “Lo estrangulaba increíblemente porque el principal ingreso del Estado era el producto de la aduana”, explica González Lezama.
México acababa de sufrir la separación de Texas, “ya estaba el orgullo nacional bastante golpeado”, dice el historiador, así que el gobierno le había planteado a Francia pagar los 600.000 pesos en plazos. Pero rechazó tajantemente las peticiones de ventajas comerciales que demandaban.
Deffaudis no aceptó el trato y dio un ultimátum que terminaba el último minuto del 15 de abril. Al día siguiente, inicia el bloqueo del puerto de Veracruz.
Las negociaciones infructuosas llevaron a las tropas francesas a abrir fuego el 27 de noviembre de 1838 contra el fuerte de San Juan de Ulúa.
“En pocas horas acaban con las defensas del puerto. Matan a los artilleros mexicanos y desmontan las baterías mexicanas. Eran muy superiores en calidad los cañones franceses”, señala González Lezama.
Los mexicanos “no lograron dañar los buques franceses”.
El bloqueo de Francia a Veracruz, entonces, pasa de la sola presencia en el mar a tierra. Los galos se apostaron en diferentes puntos de la ciudad sin que hubiera mayor resistencia de las fuerzas mexicanas.
Aunque el gobierno mexicano habilitó otros puertos del golfo de México, ninguno tenía la capacidad aduanera de Veracruz. Y el contrabando se volvió un gran problema.
La única contraofensiva mexicana se produjo el 5 de diciembre de aquel año. Las fuerzas bajo el mando del general Antonio López de Santa Ana hicieron replegarse a los franceses, pero no tenían fuerza como para poner en peligro el bloqueo de Veracruz.
“No tuvo peso en la situación”, explica el historiador.
“El auténtico peso que resuelve la situación fue cuando los ingleses supieron que los franceses tenían un reclamo contra México y se preocuparon, porque sabían muy bien cuál era la verdadera intención de los franceses: ganar una plaza comercial”.
La mediación inglesa
En realidad, la presencia francesa en México en esa intervención se limitó al puerto de Veracruz y con excepción de tres días de enfrentamientos, no hubo más hostilidades armadas.
Lo que cambió la situación fue la llegada al puerto, junto a una flotilla de 11 buques armados con 370cañones, del ministro inglés Richard Pakenham, quien se presentó como intermediario del conflicto.
En el trasfondo, explica González Lezama, estaba que Inglaterra era el principal socio comercial de México y la disputa de Francia no solo estaba afectando a los buques mercantes ingleses, sino también amenazaba con posicionar a Francia en un punto estratégico en América.
“El meollo del asunto realmente era la lucha de esas dos potencias por el control y participación en el reparto de lo que después sería llamado América Latina”, añade el historiador.
Frente a la amenaza naval inglesa, Francia terminó por aceptar la mediación inglesa y en un periodo de tres meses se logra el acuerdo el 9 de marzo de 1839: México pagaría los 600.000 pesos en plazos (como había ofrecido desde un inicio).
A unos días de cumplirse un año de bloqueo, Francia entregó el fuerte de San Juan de Ulúa y se retira del puerto de Veracruz al mes siguiente.
La Guerra de los Pasteles fue un reflejo de una situación precaria que vivía México en aquellos años, cuando perdió Texas, enfrentó la intervención francesa y poco después la pérdida de más de la mitad de su territorio tras una guerra con Estados Unidos, sostiene González Lezama.
El país no tenía un gobierno sólido, había disputas facciosas por el poder y pocos recursos para responder ante las amenazas externas.
“La reflexión llegó después de la guerra contra EE.UU., pero esta fue una de las muestras que nos debieron alertar de cuál era el problema: no éramos una nación”, expone el historiador.
“A pesar de que parecemos serlo, no nos hemos constituido como un Estado”.
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